jueves, 19 de noviembre de 2009

La Flor del Nenúfar



El nenúfar, también conocida como loto o lirio acuático, es una planta de la familia de las ninfeáceas que se caracteriza por crecer en los estanques y pantanos, allí donde el nivel de oxígeno es escaso y por lo tanto, las condiciones para la vida son adversas. Sus hojas, un tanto gruesas, son de forma redondeada. Sus flores pueden ser de color blanco, rosa, amarillo o lila. También las hay en color azul, aunque son más raras.

En Oriente la flor del loto tiene un gran significado espiritual. Es considerada un símbolo de la transmutación del sufrimiento humano en iluminación. Dicen que el loto nos recuerda que, aún en medio de la suciedad y el caos, puede florecer en cada uno el ser de luz que llevamos dentro.

Hay tantas flores de indescriptible belleza, como la romántica rosa o la sofisticada orquídea, que sería injusto compararlas para elegir una, porque todas se brindan generosamente para maravillarnos con su gracia particular. Pero encuentro en la flor del nenúfar -como la conocemos en Occidente- una simplicidad y modestia que conmueve.

No compite por belleza o por aroma, en realidad sencillamente no compite. Sólo permanece allí, contribuyendo con su presencia para suavizar el diseño natural del paisaje. De cuando en cuando una criatura se posa en una de sus hojas y le canta al oído. Pueda que para el mundo sea sólo un sapo, pero quizás para ella sea un príncipe encantado que le trae historias de lugares lejanos.

El sapo brinca, salta de aquí para allá explorando, cazando moscas y otros insectos. En su diario recorrido descubre cosas interesante para luego, caída la tarde, cuando la luz del sol y la temperatura le recuerdan que se acerca la noche, dejarse caer pesadamente sobre las hojas y contarle al nenúfar sus aventuras.

El sapo necesita del nenúfar para tomar un descanso en su agitada vida. El nenúfar necesita del sapo para conocer del mundo fuera del estanque. Es que no está en su naturaleza el brincar, porque aunque se la ve como si estuviera flotando sobre el agua, en realidad ella tiene raíces profundas que la sostienen, la nutren y la mantienen conectada al cieno.

El sapo y el nenúfar son buenos amigos, aún siendo tan distintos. Son buenos amigos porque respetan sus diferencias y más bien, son esas diferencias las que enriquecen su relación. Cada uno sabe quién es. El nenúfar no pretende emular la movilidad del sapo, ni el sapo anhela la pasividad del nenúfar. Ambos saben que están allí con un propósito específico: dar color y vida al pantano.

Difícilmente veremos un bouquet de nenúfares ofrecido como presente, no se estila. Talvez porque sus grandes hojas y enormes raíces ocupen mucho espacio, o puedan resultar una visión grotesca, entonces la belleza de su flor se vería eclipsada por esa manía que tenemos los humanos de concentrarnos en lo feo. A la flor del nenúfar sólo la podemos apreciar en su entorno natural. Quien quiera cultivar nenúfares en su propiedad deberá crear las condiciones adecuadas para su supervivencia, es decir, construir un estanque.

Porque es en la quietud del agua en reposo que el nenúfar florece. Es en la plácida región de una mente serena donde florece la sabiduría.


martes, 17 de noviembre de 2009

Piel de Serpiente


Un tema que cautiva mi atención es el relacionado con las creencias. Me resulta fascinante observar y constatar cómo nuestras creencias van modelando nuestra existencia, es decir, vamos por la vida funcionando, haciendo y deshaciendo en virtud de nuestro sistema de creencias, de aquellos comandos instalados en nuestra mente. Pero ¿quién los instaló? ¿cómo llegaron allí? pensando rápidamente diría que unos fueron instalados tempranamente en los primeros años de vida, sin nuestro conocimiento ni consentimiento previo, simplemente el entorno familiar y social hizo su trabajo; más tarde, otros llegaron -o fueron buscados- y se asentaron en nuestra psiquis, por propia elección. Así, nuevas creencias pasaron a reemplazar, complementar o reforzar las anteriores.

Lo gracioso de esto es que todos tenemos creencias, aún quienes dicen no creer en nada. De hecho, no creer en nada ya es una creencia, una creencia que además denota un pobre conocimiento de sí mismo. Pero ¿por qué es importante identificar nuestras creencias? quizás porque reconocer en qué estamos creyendo en este preciso momento nos permite vivir de manera más consciente, tomando decisiones e implementando acciones movidos por una mente clara, y no como resultado de respuestas mecánicas, por lo ya aprendido de experiencias pasadas, como si fuésemos autómatas (reproducir las experiencias pasadas con el justificativo de que funcionó en su momento, sin analizar si su aplicación es viable y conveniente a la situación presente, ignorando la dinámica del cambio así como la capacidad creativa del ser humano, nos mantendría hasta el momento chocando piedras para encender el fuego). A esto le podríamos llamar holgazanería intelectual. Quizás sea más cómodo repetir lo ya conocido sin tener que pensar, pero no siempre es lo más adecuado.

Cuando actuamos de manera inconsciente los resultados podrían no ser de nuestro agrado, pero como ignoramos que somos los autores responsables del hecho, nos sentimos perjudicados y nos consideramos víctimas de las circunstancias o de los demás, colocando la responsabilidad fuera de nosotros. Entonces decimos frases como "la vida es injusta" o "la culpa es de ... (determinada persona o situación)".

"En la vida no hay premios ni castigos, sino consecuencias" -Robert Green Ingersoll.

Con frecuencia el término creencias se lo relaciona con lo espiritual o trascendente a la experiencia humana, es decir, al sistema de creencias que constituyen las diferentes religiones y tradiciones milenarias que existen alrededor del mundo. Por eso es frecuente escuchar declaraciones como "no creo en nada", referente a la probabilidad de concebir la existencia de un ser superior, mundos paralelos -entre otros. Sin embargo, vemos a la misma persona entregarse de lleno, con toda su energía y capacidad productiva, a la consecución de un objetivo específico. Lo cual me indica que esta persona cree firmemente en que las cosas se logran con esfuerzo y acción, en contraposición con otra persona que desee obtener lo mismo, pero en lugar de actuar, manifiesta una actitud pasiva. Entonces esta persona expresa una creencia de "ya me llegará". ¿Cuál de las dos creencias es la correcta? ¿una es mejor que otra? Probablemente la creencia correcta o adecuada es la que mejor le funcione a cada quién.

Me llevó mucho tiempo comprender que no existe una manera correcta de vivir. Tuve que experimentar muchas veces -como el gato Silvestre tratando de cargar el mosquete: primero la pólvora, luego las municiones, luego el taco...- hasta encontrar la fórmula adecuada para mí. Muchas veces el mosquete me estalló en la cara.

Habiendo entendido que no hay una sola forma, que existen muchos modelos y caminos, debía indagar de manera incisiva en mi patrón de creencias para detectar cuáles en verdad me eran útiles y cuáles estaban ya obsoletas y obstruyendo mi paso hacia la construcción de una realidad más satisfactoria, menos rígida, más amigable.

Gracias a la Programación Neuro-Lingüística, aprendí que para remover una creencia indeseable debemos tener otra lista para ser implantada. ¿Por qué? porque los seres humanos necesitamos creer.

Hace poco viví una situación personal que tiró abajo una creencia, de esas megalíticas. Como es de suponer, el efecto fue devastador... La tierra se partió en dos, el cielo se oscureció, y la nube de polvo y escombros cortaba los ojos. Sólo se sentía el frío de la incertidumbre calando los huesos. Cuando cae un megalito se siente. Al principio, el desasosiego es tal que uno no alcanza ni siquiera a atinar con la pregunta correcta. Pero en el tiempo todo se disipa, la tierra cicatriza, el polvo se asienta, y uno puede abrir los ojos lentamente para constatar que el paisaje ha cambiado. El megalito ya no está, y en su lugar se vislumbra un sendero que siempre estuvo allí, pero que me era imposible ver porque la gran piedra lo tapaba.

Entonces comprendí que la pérdida es también encuentro. Que lo que conocemos como muerte es sólo transformación. Y que lo único permanente es el cambio. Que las creencias son como piel de serpiente: nos acompaña de principio a fin, pero se va mudando a medida que se crece.

lunes, 16 de noviembre de 2009

¿Por qué Pensando en Voz Alta?



He pensado tanto que de tanto pensar, el pensamiento desarrolló voz propia y se escapó de mí.

Un buen día me sorprendió reclamando su espacio y alzó su voz, aduciendo que mi cabeza le quedaba pequeña. Por mucho tiempo intenté reprimirlo, someterlo… fue una lucha, una verdadera pugna de poderes: yo no le permitía expresarse a sus anchas, y él se hacía sentir, partiéndome la cabeza de puro dolor.

Los años pasan, y con ellos la sabiduría crece a la par que las fuerzas menguan. Me cansé de controlar y del dolor que ello causa, así que decidí soltar el pensamiento, concederle la libertad que reclamaba y dejarlo fluir.

Pensando en Voz Alta es su espacio. Veamos qué hace con él (al menos dejará de dolerme la cabeza).