miércoles, 31 de julio de 2013

Mi árbol de Bodhi

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Llevaba semanas con una obstrucción en el desagüe del lavadero de mi cocina. Llamé al gasfitero y me dijo que no podía ayudarme, porque no identificaba ningún daño, que el problema seguramente era en las cajas externas (vía pública), y que debía llamar a la empresa de agua potable y alcantarillado. Así lo hice.
Ayer vinieron los señores de Interagua, y me indicaron que no había ningún problema de su competencia… que la obstrucción seguramente sería interna… que revise las cajas del condominio. Así lo hice.
Entonces descubrí que, de la caja de desagüe ubicada en mi patio trasero, emergía un enorme árbol… de unos tres metros de altura, al menos. Se había abierto paso rompiendo la pesada tapa de concreto. No había vestigio de tierra a su alrededor. El árbol, literalmente nacía del cemento. ¿Un árbol había crecido en la caja de desagüe de mi casa? ¡No podía creerlo!
Inmediatamente pensé: “¡Increíble! La naturaleza se abre paso y nada la detiene.” Me pillé sonriendo en medio del asombro, y hasta diría que me regocijé con el hecho. Luego, mi cerebro racional habló: “¡Claro! Éste es el problema… sus raíces deben ser la causa de la obstrucción. ¡Qué fastidio! ¿Y ahora…  dónde consigo quien pueda realizar este trabajo?.” Sin respuesta en ese momento, me dije: “Bueno, ya llegará”.
Esta mañana tocó mi timbre don Pedro, el jardinero, que pasaba por aquí para ofrecer sus servicios -ya que desde la vereda de enfrente se puede apreciar que el monte se está comiendo al césped- Pero no pude autorizarle para que realice el trabajo, ya que el administrador del condominio estaba ausente, y yo no podía tomarme esa atribución. Pero sí podía pedirle que me diera la mano con el asunto de mi arbolito.
Negociamos el valor del trabajo: él pedía $20 por sacar el árbol, limpiar la caja de desagüe y desbrozar toda la maleza que había crecido en el patio. Regatee (porque aprendí culturalmente que al trabajador informal hay que regatearle, no así al médico,  al abogado, etc.) Quedamos en $15.
Dejé a don Pedro en el patio y subí a mi apartamento a seguir con mis tareas. No quería ver cómo cortaban el árbol. Tampoco quería ver qué material encontraría en esa caja… Imaginé que estaría llena de inmundicia, excremento… ¡qué se yo! Pero baje. Algo me hizo bajar. Entré a mi patio tapándome nariz y boca con la mano, discretamente. El árbol ya no estaba, y la caja destapada dejaba ver su contenido. Había lodo. Era solo lodo. Olía a lodo. Observé a don Pedro retirar el lodo con sus propias manos. Sin pala. Sin guantes. Eran sus manos desnudas en contacto con el lodo de mi casa. Mientras realizaba la labor, me comentaba de su trabajo, de lo que hace para vivir… Yo permanecí allí, observando, atentamente. Percibiendo ese mismo olor de cuando era niña y jugaba, haciendo pastelillos de lodo.
Don Pedro es un hombre mayor. No sé cuántos años tiene. Es difícil calcularle la edad a la gente que trabaja con las manos, bajo el sol.
Cuando concluyó su trabajo, le agradecí. Sentí una gratitud infinita por ese hombre que acababa de conocer: “Aquí tiene sus $20 don Pedro, se los ha ganado por hacer bien su trabajo y por haberme auxiliado en mi necesidad.”
“Así se trabaja.” –me respondió.
Mi árbol de Bhodi nació del lodo.