Llevaba semanas con una
obstrucción en el desagüe del lavadero de mi cocina. Llamé al gasfitero y me
dijo que no podía ayudarme, porque no identificaba ningún daño, que el problema
seguramente era en las cajas externas (vía pública), y que debía llamar a la
empresa de agua potable y alcantarillado. Así lo hice.
Ayer vinieron los señores de Interagua,
y me indicaron que no había ningún problema de su competencia… que la
obstrucción seguramente sería interna… que revise las cajas del condominio. Así
lo hice.
Entonces descubrí que, de la caja
de desagüe ubicada en mi patio trasero, emergía un enorme árbol… de unos tres
metros de altura, al menos. Se había abierto paso rompiendo la pesada tapa de
concreto. No había vestigio de tierra a su alrededor. El árbol, literalmente
nacía del cemento. ¿Un árbol había crecido en la caja de desagüe de mi casa? ¡No
podía creerlo!
Inmediatamente pensé: “¡Increíble!
La naturaleza se abre paso y nada la detiene.” Me pillé sonriendo en medio del
asombro, y hasta diría que me regocijé con el hecho. Luego, mi cerebro racional
habló: “¡Claro! Éste es el problema… sus raíces deben ser la causa de la
obstrucción. ¡Qué fastidio! ¿Y ahora…
dónde consigo quien pueda realizar este trabajo?.” Sin respuesta en ese
momento, me dije: “Bueno, ya llegará”.
Esta mañana tocó mi timbre don
Pedro, el jardinero, que pasaba por aquí
para ofrecer sus servicios -ya que desde la vereda de enfrente se puede
apreciar que el monte se está comiendo al césped- Pero no pude autorizarle para que realice el trabajo,
ya que el administrador del condominio estaba ausente, y yo no podía tomarme esa atribución. Pero sí podía
pedirle que me diera la mano con el asunto de mi arbolito.
Negociamos el valor del trabajo:
él pedía $20 por sacar el árbol, limpiar la caja de desagüe y desbrozar toda la
maleza que había crecido en el patio. Regatee (porque aprendí culturalmente que
al trabajador informal hay que
regatearle, no así al médico, al abogado,
etc.) Quedamos en $15.
Dejé a don Pedro en el patio y subí
a mi apartamento a seguir con mis tareas. No quería ver cómo cortaban el árbol.
Tampoco quería ver qué material encontraría en esa caja… Imaginé que estaría llena
de inmundicia, excremento… ¡qué se yo! Pero baje. Algo me hizo bajar. Entré a
mi patio tapándome nariz y boca con la mano, discretamente. El árbol ya no
estaba, y la caja destapada dejaba ver su contenido. Había lodo. Era solo lodo.
Olía a lodo. Observé a don Pedro retirar el lodo con sus propias manos. Sin
pala. Sin guantes. Eran sus manos desnudas en contacto con el lodo de mi casa.
Mientras realizaba la labor, me comentaba de su trabajo, de lo que hace para
vivir… Yo permanecí allí, observando, atentamente. Percibiendo ese mismo olor
de cuando era niña y jugaba, haciendo pastelillos de lodo.
Don Pedro es un hombre mayor. No
sé cuántos años tiene. Es difícil calcularle la edad a la gente que trabaja con
las manos, bajo el sol.
Cuando concluyó su trabajo, le
agradecí. Sentí una gratitud infinita por ese hombre que acababa de conocer:
“Aquí tiene sus $20 don Pedro, se los ha ganado por hacer bien su trabajo y por
haberme auxiliado en mi necesidad.”
“Así se trabaja.” –me respondió.
Mi árbol de Bhodi nació del lodo.